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Cuadrillas de emergencias en Turquía y Siria trabajaban bajo un intenso frío a primera hora del martes con la esperanza de rescatar a más sobrevivientes de entre los escombros después de que un terremoto de magnitud 7.8 cobró más de 4 mil y derribó miles de edificios a lo largo de una extensa región en la frontera entre ambos países.
El sismo derribó miles de edificios en los dos países y provocó más devastación en la nación árabe sumida en una guerra desde 2010. Prácticamente no quedó nada en pie en los pueblos sirios Sarmada y Vesania, en el noreste. A lo largo de la jornada del lunes se multiplicaron las imágenes de muchas aldeas sirias arrasadas.
Al menos 2 mil 379 personas murieron, más de 7 mil 800 fueron rescatadas y casi 15 mil resultaron heridas en 10 provincias turcas, según las autoridades de Turquía.
En Siria el sismo causó al menos mil 444 muertos, hasta el cierre de esta nota. En áreas controladas por el gobierno el balance es de “mil 431 heridos y 711 muertos en las provincias de Alepo, Latakia, Hama, Tartus”, indicó el ministerio sirio de Salud.
En las partes controladas por los rebeldes en el noroeste, al menos 733 murieron y 2 mil 100 resultaron heridas, según el grupo opositor de rescate de los Cascos Blancos.
Las autoridades temían que la cifra de fallecimientos por el sismo que golpeó la madrugada del lunes y sus réplicas continúe en ascenso, mientras que los socorristas buscaban sobrevivientes entre los metales retorcidos y los trozos de concreto en una región asolada por 12 años de la guerra civil en Siria y una subsecuente crisis de refugiados.
La Federación Internacional de la Roja y la Media Roja en Turquía estimó que al menos 250 mil personas pueden verse afectadas en el sur del país por el movimiento telúrico, del que hasta el cierre de esta nota se habían registrado unas 50 réplicas, una de 7.5.
El terremoto, con epicentro en la provincia de Kahramanmaras en el sureste de Turquía, obligó a los residentes de Damasco y Beirut a salir a toda prisa a las calles y llegó a sentirse en lugares tan lejanos como Egipto, Irak y Groenlandia.
El Servicio Geológico de Estados Unidos registró el terremoto del lunes con magnitud de 7.8 a una profundidad de 18 kilómetros. Horas más tarde y a más de 100 kilómetros de distancia se registró un sismo de 7.5, que posiblemente fue una réplica del primero.
Las principales ciudades de ambos países, incluidas Adana y Diyrabakir en Turquía y Alepo e Idlib en Siria, luchaban para lidiar con la escala de destrucción y se enfrentaban a una noche helada.
Los sobrevivientes lanzaban gritos desesperados de ayuda entre las montañas de escombros y los rescatistas se las arreglaban para seguir trabajando bajo la lluvia y la nieve. Los socorristas retiraban cuidadosamente grandes pedazos de concreto para poder sacar cuerpos mientras las familias desesperadas esperaban impacientes noticias sobre sus seres queridos.
El sismo también llevó más dolor a una región que ha sufrido enormemente a lo largo de la última década. Del lado sirio de la frontera, la zona está dividida entre territorio en poder del gobierno y el último bastión de la oposición armada, respaldada por Estados Unidos y mercenarios, el cual está rodeado por fuerzas gubernamentales con apoyo de Rusia. Turquía, en tanto, alberga a millones de refugiados de la guerra civil siria.
En el bastión rebelde, cientos de familias seguían atrapadas entre los escombros, señaló Cascos Blancos. En la zona residen alrededor de cuatro millones de personas que fueron desplazadas desde otros puntos del país a causa de la guerra. Muchas de ellas viven en edificios que ya estaban destruidos por bombardeos previos.
Los maltrechos centros médicos y hospitales se llenaron de heridos con rapidez, según rescatistas. Otros, como un hospital de maternidad, tuvieron que ser evacuados, según la organización médica SAMS.
Las bajas temperaturas podrían reducir el tiempo que tienen los rescatistas para salvar a sobrevivientes atrapados en los escombros, dijo el doctor Steven Godby, experto en desastres naturales en la Universidad Nottingham Trent. La dificultad de trabajar en zonas afectadas por una guerra civil podría complicar todavía más las labores de rescate, añadió.